Las pequeñas batallas

 Este año me tocó preparar el acto por el día de la memoria, la verdad y la justicia en una escuela de Berisso. En la media uno tengo primer año, veinte que aún son niñxs y  empezaron hace un mes la escuela secundaria, aún corren desenfrenados en los recreos y preguntan cómo se debe hacer esto y lo otro. 

Me sumaron a un grupo de ws con todas las profes encargadas del acto. Unas alumnas de 6to cantarían “Como la cigarra", otros de 4to harían un discurso a definir, la de tercero dijo que lo iba a hablar con sus estudiantes y nunca más escribió. Y primero cuarta, es decir, nosotros, deberíamos actuar.

Debo decir que la liturgia escolar me aburre un poco. Me parece un lugar muy trillado de la historia, casi vulgar y vaciado de contenido, me aburre que las efemérides marquen nuestro calendario, siento una especie de irrupción en la intimidad del aula de los mandatos escolares hegemónicos. 

La siguiente clase evalué el nivel de entusiasmo y plegamiento a la idea de la actuación.Sinceramente, no creía que ninguno de estos avenidos al nivel secundario en su sano juicio se animara a subirse al escenario.  Incrédula yo, comprobé que todos alzaron las manos y votaron que sí,que iban a actuar frente a toda la escuela.

Me enternecieron. Entendí que aún manejaban los códigos del nivel primario y que actuar es siempre un motivo de entusiasmo en la infancia. Me hicieron acordar cuando era una niña. 

Me plegué a su entusiasmo .

Y empezaron los ensayos.

Los papeles a repartir eran ciudadanes, militares, abuelas y madres de plaza de mayo. Un discurso de Videla sonaría en el audio junto con testimonios de detenidas desaparecidas y de madres gritando dónde están y pidiendo ayuda. La entrada de los distintos grupos la daban frases como “terroristas justificando su accionar”, ahí entraban los militares o “el silencio era penetrante”, y entraban las madres. Al final todxs se unirían en el escenario, se acercarían al público y gritarían “Nunca más”. El primer ensayo tuvimos un dilema moral: los militares entrarían a decirlo o quedarse en la oscuridad de tras bambalinas? Les dije que iba a pensarlo. Ellos insistieron en que debían salir junto a sus compañeros, ¿por qué si no además, cuando recibirían el aplauso del público los uniformados?

Detalle no menor es el salón de actos en el que ensayamos. El año pasado estaba en reparación, se había incendiado hace muchos años y este 24 sería el  gran reestreno. Ni yo ni los chicos lo conocíamos. Al entrar supe que allí seríamos felices. Un espacio amplio revestido de madera con pisos de mosaico, platea flotante y escenario con telón, una acústica precisa, un piano, todo a nuevo. Entrar allí era suspender el tiempo escolar. Yo dejaba de ser profesora y me convertía en algo así como una directora de teatro apasionada y ellxs dejaban de ser niños y alumnos y se volvían actores y actrices a días del estreno. 

Todo iba encaminado. Hasta que empezó a llover.

Llovió y las alertas fueron del amarillo al rojo y nos quedamos en nuestras casas.Ya sabemos lo que se siente cuando llueve en La Plata y alrededores, esa tensa calma, esas ganas de estar refugiado porque no se sabe cuando una calle puede convertirse en un arroyo. Ese viernes el acto no pudo llevarse a cabo. En el grupo de ws alegaban falta de ensayos y familias anegadas. Suspensión o reprogramación, esa era la cuestión. Desde la comodidad del living de mi casa pensé que no me importaba, que hagan lo que quieran, que siempre ponían excusas. Pero últimamente no quiero rendirme. Me he rendido muchas veces porque no rendirse da mucho trabajo y en general nadie te lo reconoce. Pero son tiempos tan duros. Las batallas grandes se pierden a diario y nos enteramos en titulares y ruedas de prensa.Como sociedad dejamos convencernos de que estábamos por el camino y que el único remedio para estar mejor es sufrir y pasarla mal. También nos dijeron que la escuela y la salud  pública son un fracaso. Y le creímos. También nos dijeron que no son 30.000 con el cinismo propio de los verdugos que justifican su accionar inhumano que aún desgarra las finas hebras del tejido social. De tantas cosas nos convencieron, me convencieron, que aprendí a rendirme, Pero últimamente no quiero rendirme. Pensé en mis estudiantes, que habían aceptado el reto de pararse frente a toda una escuela que apenas si los considera parte. Pensé en los ensayos, en la voz de Videla negando los desaparecidos, en el testimonio de la chica que decía que le habían cambiando el nombre por un número, en los niños disfrazados de militares queriendo decir Nunca más.  

Lo dije en voz alta:” -Che, no suspendamos el acto, reprogramemos.” 

El acto se hizo el martes siguiente. Por mi y por otras profes que insistimos. 

La cosmovisión andina sostiene que el pasado está adelante y no atrás como el sentido común occidental lo refiere. Dicen que caminamos viendo el paisaje de lo que ya pasó hacia un futuro que siempre se dibuja a nuestras espaldas. Esa es la única manera de caminar. Por eso es tan importante el pasado, porque lo único que conocemos, proviene de allí. 

Las disputas por la historia no se realizan sobre libros viejos y vetustos si no en cada marcha, en cada acto, en cada escuela, en cada baldosa que recuerda una desaparición. Las disputas por la historia son presente, cosas que aprenden los pibes de la media uno de Berisso y que no se van a olvidar, porque ellos, sí que actuaron.

Hoy vengo a hablarles de las pequeñas batallas. 

   



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