Los amigos de mi hermano

 Los amigos de mi hermano


Un puñado de gente atada como un ramito de esos que venden en la puerta, algunos más otros menos, todos los puñados se parecen. Están tristes, masomenos, están de negro masomenos, algunos se comportan irreverentes, otros sublimes pero nadie nadie puede negar su presencia. En el centro del puñadito, un ataúd entierra un nombre.


Hace unos días me tocó participar del entierro de un amigo de mi hermano Julián Julián vive en Salta hace más de quince años y guardó como un tesoro su grupo de amigos de la adolescencia. Nunca se dejaron de ver, tienen su grupo de ws activo, mi hermano viaja por congresos y otras excusas sólo para estar unos días con ellos.


El Chun, Facu, Lule, el gordo Maretta, y Fede son algunos de los nombres que me aprendí desde chica. Los amigos de mi hermano eran adolescentes que me saludaban casi como si fuera invisible. Y eso que yo no era una nena. Sólo tenía tres años menos que ellos, pero a esa edad tres años es un mundo. Además para mi hermano siempre había sido el blanco de cargadas y juegos perversos. Jamás me daría un lugar, Algunos directamente me caían mal, eran arrogantes o burlones, otros fueron todo lo buenos que pudieron a esa edad tan cruel. Fede fue uno de esos, siempre sintió curiosidad por todas las personas y yo no era la excepción.


Fede usó rastas desde que lo conocí y hasta el día de su muerte, Fede era cariñoso, dulce, mujeriego y melancólico. Fede, el que perdió tan joven a su viejo. Fede él que siempre estaba cuando te pasaba alguna. Fede él que le hizo la hamaca a mis sobrinas. Fede. El más querido por todos, sin duda. 



Ya con veinte años y mi hermano lejos  yo me lo encontraba seguido en la noche porteña, detrás de alguna barra de algún bar del Abasto, le presentaba mis novios, coqueteaba con mis amigas….me hacía de hermano mayor. A veces invitaba una cerveza y me abrazaba como si yo fuese un poco Julián. Fede siempre fumó un montón, tomó un montón, y un día se enfermó.


El tratamiento duró menos de un año. Lo clásico. Quimios a repetición como un un espiral que te saca del laberinto por arriba o te hunde. Mi hermano lo invitó a Salta antes de que comience el tratamiento y vino una vez más a Bs As por un Congreso de Folclore. Era primavera de 2023 y Fede estaba exultante. Había dejado todos los vicios, se había puesto de novio con una chica hermosa. La vida le daba horizonte. Y Fede se animaba a mirarlo.



 Pero duró muy poco. Enseguida comenzaron las complicaciones,derrame de pleura, internación, estabilización, quimio y nuevo derrame. La cosa no estaba funcionando. Y empezó la última etapa.



-Fede metabolizaba rápido la morfina y el dolor se vuelve insoportable, no hay dosis que lo calme-me explicó mi hermano un día de febrero plagado de mosquitos -es por tantos años de consumo, se volvió resistente. Tiene un hígado envidiable, pero sus pulmones no dan más.



Mi hermano llegó una semana antes de su muerte. Lo encontró flaco, no se hablaron. Julián le dio la mano, puño apretado y Fede lo miró a los ojos por última vez. Se volvió sin el desenlace. Esos días que estuvo en Buenos Aires hablamos por teléfono, me dijo que eran tiempos para estar triste. Yo no paraba de llorar sola caminando con mi bicicleta. Acababa de salir de laburar y el atardecer era hermoso.

 Pasaron unos días de silencio, finalmente Fede acordó los últimos detalles y pudo partir. Estaba cansado, de mal humor,  puteaba a todos los que lo amaron hasta el final porque no le hacían caso, porque no lo dejaban irse. Cads vez que se despertaba decía. Pero la puta madre, en qué habíamos quedado?


 La noticia de su muerte llegó como un bálsamo, un jueves de abril en un otoño que aún no terminaba de serlo. Ese viernes viajé a Buenos Aires, vivo a cincuenta kilómetros de Fede y de mi infancia. Me tomé el 195 con mi hijo de cinco años. Lo clásico. Íbamos  a ver a los abuelos. Pero apenas pisé Paseo Colón y Garay me di cuenta de que también estaba viajando para despedirlo. El sábado temprano guardé unos juguetes y galletitas en la mochila y salimos. Era una mañana hermosa, el cementerio aún rebosaba de verdes y fragancias, las cruces, las lápidas, toda esa ciudad amurallada me conoce y yo a ella. Fuimos directo al crematorio.


Al llegar sentí una extrañeza inesperada. Me sentí una intrusa en ese entierro que no me pertenecía del todo. Es que despedir a alguien es una acto de mucha intimidad, al llegar al puñadito la gente te mira como pidiéndote credenciales entre sollozos. ¿Quién eras vos para él? ¿Qué parte de él venís a llevarte?


Para colmo,mi hijo escuchaba música en el celular para abstraerse de tanta tristeza, supongo, sonaba Blowing in the wind latoso y yo le bajaba el volumen para pasar desapercibida. How many roads must a man… Qué hago acá, pensé. 


Hasta que aparecieron los amigos de mi hermano. El Chun que tiene novia nueva, Facu, que está igual, el gordo Maretta que no fue y Lule, que sigo sin bancármelo pero ahí vamos. Todos me reconocieron y vinieron a abrazarme, a agradecerme, a llorar conmigo. Vinieron a que les de mi parte de Julián en ese entierro. Me unieron al puñadito. 


Hola muerte. Venimos a despedir a un amigo, un hijo, un hermano, una bestia salvaje que retoma el camino de las fieras mansas.


Se llevaron el cajón hacia el edificio de la chimenea que siempre está humeando. Preferí no entrar. Nos sentamos con mi hijo en una de las aceras de la ciudad amurallada. Vi cruces por todos lados, pensé en Fede, que ya no sufría pero también que ya no estaba. Saqué una foto desde lejos, al puñadito que era mío y no tanto, se la mandé enseguida a mi hermano, para que vea a través de mis ojos lo que seguro se estaba imaginando. 


La muerte nos domestica, sí. Pero también nos da esperanza. Quizás después de todos esos dolores indecibles, después de desatar cada fina atadura del alma al cuerpo, quizás haya algo más. Algo también hermoso e inexplicable como esta vida que hoy te despide hijo hermano amigo. 


Se escucharon unos aplausos desde adentro, los últimos, como una obra de teatro que se termina y los actores ya despojados de sus personajes, salen a saludar al público, a encontrarse con esa gente que sostuvo su actuación y desde sus butacas le dieron vida a esos personajes porque creyeron en ellos, y se alegraron y se entristecieron y se enojaron cuando algo no salió del todo bien. Alguien me dijo que ese es el momento más esperado de la obra cuando estás arriba del escenario. Yo no sé, tengo mis dudas. A mi me gusta la adrenalina de estar pisando los tablones y no saber pero saber. Igual eso ya no importa. Al menos no para Fede.


Así te despedimos, como si te acompañáramos a eso, como si una parte nuestra muy tuya, también estuviese cruzando ese umbral. No importa la edad que tengamos, aquí siempre serás. Vete, por lo nuevo.


Adiós Fede. Fuiste un gran amigo para mi hermano. Chapeaux


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